Exposición "Mares desiertos" por Roberto Garibay



Tanto en “La Esmeralda” como en San Carlos, donde estudió María Teresa Berlanga, adquirió la capacitación técnica necesaria para convertirse en una buena pintora y grabadora figurativa. Trasladada durante cuatro años a Inglaterra, además de aprovechar la oportunidad de visitar importantes museos de Europa y apreciar el mejor arte antiguo y moderno, fue paulatinamente transformando sus formas de expresión. Su tránsito al expresionismo abstracto y luego a un expresionismo más libre y espontáneo, fue absolutamente consciente y su evolución completamente natural y no por el prurito de ponerse a la moda o -como hacen tantos otros- eludir la representación figurativa por su incapacidad para dominar el dibujo o por el desconocimiento de las reglas que se adquieren, mediante una formación académica.

Sus primeras obras, dentro del expresionismo abstracto, -que no figuran en la presente exposición- fueron el producto de sus búsquedas en el campo de los colores, que la llevaron a usarlos casi puros y contrastados, pero sin llegar a lo estridente y con un amplio sentido de la composición. En cambio, en sus últimas creaciones logra dominar el color y este se torna más sobrio, más umbroso y, al mismo tiempo, más armonioso y rico en texturas, donde se acusa el manejo magistral de la materia a disposición del artista.

El título de la presente muestra, además de poético, como lo es toda su obra, no es fortuito. No olvidemos que María Teresa Berlanga nació en Baja California, donde vivió su infancia y primera juventud y que el bello y muy particular paisaje de esta península es eso: mar y desierto. Gran parte de su pintura se antoja paisaje; pero no una reproducción del paisaje que miramos en la naturaleza, sino el que ella lleva en su interior, muy dentro del subconsciente. Esto me hace recordar los paisajes abstractos de su paisano, Carlos Olachea, aunque nada tenga que ver la obra de uno con la otra.

María Teresa declara su franca admiración en la mexicana Lilia Carrillo, el catalán Antoni Tapies, el francés Pierre Soulages, el ruso Kasimir Malevich y reconoce haber tenido y quizá tener aún, alguna influencia de ellos, especialmente de Tapies; pero a mi modo de ver, ella tiene ya la madurez suficiente para sentirse libre de cualquier sedimento que la ligue con los nombrados. Sin embargo, su búsqueda es constante, como lo es su dedicación, día a día, a su trabajo de pintora. Poseedora de las licenciaturas en sociología y psicoanálisis, ejerce la docencia en diseño; pero su desempeño en estas dos últimas actividades toma solo una mínima parte de su tiempo y, en cambio, las primeras son un innegable complemento en su bagaje cultural y el diseño es un valioso instrumento en su quehacer artístico. La pintura es, pues, su pasión. Al ejercerla cotidianamente sostiene una premisa que bien vale la pena meditar: “Quien abandona la pintura, tiene que volver a empezar desde el principio”.

La exposición que en esta ocasión tenemos el privilegio de presentar en San Carlos, donde María Teresa Berlanga hizo su posgrado, nos permite valorar la excelencia que da el trabajo tenaz y constante, aunado al talento de esta artista admirable, a quien debemos considerar, ya, entre las mejores pintoras mexicanas de la actualidad.

Roberto Garibay S.
Enero de 2001.

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